¿Quién quiere acabar en la Unidad de Enfermos Crónicos?
No pasa un día en los últimos tiempos en el que encendamos la televisión, escuchemos la radio o leamos el periódico y no nos “sobresaltemos” con nuevas declaraciones de responsables de los Gobiernos central y autonómicos sobre presentes y futuros ajustes, medidas, planes… para nuestra Sanidad. Lo llamen como lo llamen son clara y llanamente recortes que ya están suponiendo un claro deterioro de la atención que reciben los usuarios del Sistema Nacional de Salud.
Aún sin saber cómo se concretará, el último “susto” nos lo ha dado el Gobierno central al anunciar un nuevo recorte de 10.000 millones de euros para políticas sociales, de los que se estima que unos 7.000 serán para Sanidad, que podría traducirse en algún tipo de copago, eliminación de prestaciones, cobro de parte de la atención asistencial…
Un “ir y venir” de “podría ser que fuera” que, además de crear alarma e incertidumbre, genera un creciente desconfianza entre los ciudadanos y los propios profesionales sanitarios. Si malo es es no saber por qué se toman esas decisiones, peor es desconocer cuándo terminarán (no hay que olvidar el compromiso del Gobierno de seguir intentando reducir el déficit hasta un 3 por ciento el próximo año) y a dónde nos llevarán.
Lo cierto y verdad es que nuestro sistema sanitario, ese que todos decimos que es uno de los mejores del mundo, se encuentra inmerso en los últimos años en una espiral peligrosa. Tenemos los mejores profesionales y los que menos cuestan al sistema y, todo ello, gozando de la confianza, año tras año, de los usuarios. Sin embargo, los gobiernos de turno, tanto estatal como autonómicos, se empeñan con sus actuaciones en cercenar eso que ellos mismos llaman el pilar fundamental del Estado de Bienestar.
Están equivocándose también al tomar las decisiones que nos afectarán a todos sin contar con todos. La falta de diálogo y negociación también caracteriza estos tiempos en lugar del trabajo conjunto que haga posible, con las propuestas de todas las partes implicadas, entre ellas, las de los representantes legítimos de los trabajadores, la sostenibilidad de un sistema sanitario que tantos años y esfuerzos ha costado construir y que todavía es envidiado por muchos países, al resultar muy eficiente con un menor coste y generar empleo, riqueza y grandes beneficios sociales.
Cada vez es más habitual oír que hay que ‘refundar el sistema’, que hay que ‘optimizar los recursos’ y evitar ‘las duplicidades’. La realidad, el problema, es otro: la gestión que se lleva a cabo en el Sistema Nacional de Salud adolece de unas premisas mínimas, de un camino a seguir y de un objetivo final, claro y consensuado.
Una buena gestión evitaría, por ejemplo, que los hospitales funcionasen sólo de 9 a 3 y que cuando lo hacen sea a costa de pagar a parte del personal, no a enfermería, como si hiciese horas extras. Si existiese una buena gestión, las compras deberían de hacerse de forma unificada, para obtener el mejor precio, y no dependiendo de los responsables de las Unidades que ‘prefieren’ ésta u otra marca en función de no se sabe bien qué parámetros.
Si se llevara a cabo una buena gestión, en definitiva, se retribuiría al personal en función de su labor diaria, y no de su estamento, y los profesionales de enfermería, por ejemplo, tendrían un peso mayor que el actual, con plantillas optimizadas en función de los pacientes que tienen que cuidar, de sus patologías, edad, estado general, etc. y no sólo del número de usuarios.
Los profesionales de enfermería, esencia de cualquier sistema sanitario que se denomine moderno, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), ya que son ellos los únicos que permanecen las 24 horas del día y los 365 días del año a pie de cama de los pacientes, están hartos. Hartos de ser ninguneados por las distintas administraciones que le niegan lo fundamental: poder trabajar con unos parámetros mínimos de calidad y ofrecer sus cuidados en condiciones aceptables.
Plantillas bajo mínimos, profesionales estresados y cansados, desencantados con el trabajo que a diario realizan, sólo puede traer consigo más desmotivación, errores no deseados y abandono de la profesión. Al final será el usuario, punto de inflexión del Sistema Nacional de Salud el que lo pague y, también, su salud.
Algo que nadie quiere y mucho menos los profesionales de Enfermería que, además de ser los responsables del cuidado de los pacientes, quieren cuidar al propio sistema sanitario español que, lamentablemente, se encuentra ya en planta y no debe acabar, bajo ningún concepto, en la Unidad de Enfermos Crónicos.
Alejandro Laguna, Secretario General de SATSE
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