Enfermeras, cuidamos de las personas
Cuando elegimos nuestra profesión, unos en mayor medida y otros en menor, somos conscientes de que nuestra principal misión es cuidar de la persona más allá de la enfermedad que les pueda aquejar.
Desde el primer momento sabemos que cuidamos de María, de Pepe, de Antonio, de Luisa… y que sus hernias, úlceras, fracturas, etc., solo son accidentes transitorios que afectan en mayor o menor medida a su forma de vivir, y de los que también como enfermeras nos ocupamos.
Para nosotras como profesionales, lo más importante es que vemos más allá de las patologías que nos acercan a las personas y que, en muchas ocasiones, nos permiten detectar otros problemas de salud o necesidades de cuidados de los que, una vez superados los primeros, seguimos encargándonos.
Es esta forma de ver a las personas, de cuidar de ellas, la que ha hecho que el año transcurrido haya sido especialmente complicado para las enfermeras y enfermeros y que estemos pagando un alto precio por desempeñar nuestra profesión.
Este “annus horribilis” de la COVID-19 hemos dejado todas nuestras fuerzas en librar batallas que hemos perdido en demasiadas ocasiones. Hemos tenido que multiplicar el casi nulo tiempo que nos dejaba nuestra sobrecarga asistencial para cuidar de las personas en su faceta más personal y emocional y mitigar la soledad, la impotencia de verse enfermo y solo, aislados de ese soporte vital que es la familia o los amigos. Hemos sido conscientes de que, más que nunca, nuestro apoyo emocional era tan importante para ellos como muchas de las técnicas que les realizábamos y hemos compartido y vivido sus inquietudes, incertidumbres, dolor e impotencia.
Nos hemos llevado, de camino a casa, su dolor y el de sus familiares, porque éramos los únicos que podíamos estar con las dos partes y hemos celebrado cada caso en el que les veíamos volver a estar con sus seres queridos.
Y todo ello tiene consecuencias. Para nuestra desgracia no somos superhéroes con superpoderes ¡ojalá los tuviésemos!, sino que somos humanos, profesionales a los que la pandemia, y las raquíticas plantillas de enfermeras en la mayoría de centros sanitarios de toda España desde antes de que esta se iniciase, nos están poniendo en un nivel de estrés inaceptable que está mermando nuestra salud física y emocional.
Esta maldita enfermedad, como personas, nos ha robado parte de nuestro ser y de nuestra forma de vivir la vida a todos, pero como enfermeras y enfermeros nos ha hecho ser conscientes de cómo nuestros cuidados y la forma en que los prestamos, no es que sean necesarios, es que son imprescindibles para el conjunto de la sociedad. Solo hace falta que quien toma las decisiones sea consciente de ello y nosotros, como profesionales, tenemos que hacérselo ver y que deben emplear esfuerzos en cuidar del recurso más valioso de nuestro sistema sanitario: sus profesionales, sus enfermeras y enfermeros.
Se nos llena la boca, desde que iniciamos nuestro devenir profesional diciendo “soy enfermera” o “soy enfermero” y lo que es más llamativo es que, más allá de la jubilación, y hables con el compañero que hables, te sigue diciendo lo mismo. Se queda grabado en nuestro código genético durante toda nuestra vida. Cada año, da igual que se tengan 25, 35 u 80, se sigue celebrando este día, nuestro Día Internacional de la Enfermería, como una fiesta.
Y aunque a casi la mitad de nosotros con lo vivido en la pandemia de desprotección, falta de apoyo real de las instituciones y desinterés por solucionar nuestros problemas, se nos ha pasado por la cabeza en algún momento dejar nuestra profesión, seguimos aquí, cuidando de las personas y diciendo con orgullo “soy enfermera”.
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