Nos queda tanto por hacer
Hace un par de días escuchaba una frase que se me quedó grabada. Siento no poder referenciar a su autora, pero prefiero no hacerlo a cometer un error.
La frase es que las mujeres no tenemos techos de cristal, sino, en muchas ocasiones, planchas de hormigón armado encima y, por desgracia, muchas de nosotras, en múltiples ocasiones, así lo hemos sentido y así lo seguimos viviendo.
Se da la paradoja de que mientras muchas de nosotras seguimos trabajando a diario, con cada uno de nuestros actos, para que no exista la discriminación y que las oportunidades, en todos los ámbitos, sean iguales para todos y todas y no se decanten a uno u otro lado por cuestión de género, observamos cómo aumenta una corriente social que niega que exista la diferenciación por género y aún peor, en la que muchas mujeres, y muy jóvenes gran parte de ellas, se sienten muy cómodas en ese papel secundario que les invita a ser barbies sin cerebro, objetos de exposición. Y me preocupa.
Menos mal que como enfermera trabajo en un sector que a ese respecto está evolucionando considerablemente. Las enfermeras, además de que hemos pasado a ser un colectivo multigénero, hemos dejado de ser las serviciales señoritas que debían obedecer con fe ciega a otro colectivo que era mayoritariamente masculino. Esa evolución sí la he vivido y puedo decir con orgullo que he colaborado para conseguirla. Las enfermeras, hombres y mujeres, somos miembros de un equipo multidisciplinar en el que cada uno aporta su conocimiento para lograr el bien común, el bienestar de nuestros pacientes. Está siendo duro, pero lo estamos logrando y seguro que en ello también ha influido que nuestro sector, el sanitario, se está feminizando a pasos agigantados.
Eso no quiere decir que no nos quede trabajo por hacer, el porcentaje de mujeres en nuestro sector con puestos de responsabilidad aún sigue siendo ridículo, y en el caso de las enfermeras casi ni detectable. Nos queda mucho trabajo por hacer, y al menos, yo, pienso seguir haciéndolo.
Estoy harta de que por declararme feminista se me tache de que estoy en contra del hombre y que en cada ocasión en la que soy más contundente en mis posicionamientos se me tache de feminazi. Tengo que reconocer que cuando alguna vez me lo han dicho no he podido evitar una sonrisa y un pensamiento, ya que, analizando las fuentes de las que han venido esos términos, solo puedo pensar “lo estoy haciendo bien”.
No sé si nuestras predecesoras o quien acuñara el término feminista se equivocó o lo hizo bien, el caso es que más de un varón, al que la neurona no debe darle para más, se empeña en hacer una asociación: si machismo es “malo” y el que es machista ningunea y discrimina a la mujer por su género, las feministas también lo somos, queremos atacarles y hacer lo mismo que ellos han hecho a la mujer en todas las etapas de la historia, ningunearlos y discriminarlos, y claro, ellos, hombres que se visten por los pies, no pueden consentirlo.
Menos mal que tengo que reconocer que, al menos en nuestra sociedad, hay muchos hombres que no piensan así, que ven en la mujer que está a su lado, en su vida o en su trabajo, a compañeras con las que trabajar codo a codo para lograr un futuro más igualitario para las mujeres. Y lo curioso es que, por hacerlo, ni les salen dos cabezas, ni se ponen verdes, ni les salen granos, ni se dejan de vestir por los pies. Son los compañeros, de trabajo y de vida, que las mujeres queremos, son las personas que no miran el género, son las personas que frente a ellos solo ven a otras personas iguales a ellos.
Sigo lamentando tener que celebrar otro Día Internacional de la Mujer porque nos hace conscientes del largo camino que nos queda por recorrer para lograr la igualdad efectiva entre hombres y mujeres. Me gustaría verla en todos los ámbitos y en todos los países, pero ya soy consciente de que no lo conseguiré. Es tanto lo que nos queda por hacer…
Cada año, al empezar el artículo para conmemorar este día, hago hincapié en que no abordaré la situación de la mujer más allá de nuestras fronteras y que, a pesar de todo, aquí tenemos una situación privilegiada.
Este año sí quiero dirigirme a ellas y dejar mis últimas líneas para solidarizarme con todas las mujeres que en estos momentos viven conflictos armados, y en especial con las enfermeras de esos países. Su vida, su lucha, su papel, su esfuerzo sí que tiene mérito, ellas luchan desde el frente y no desde un hogar cálido y cómodo. Ellas se enfrentan a las fatales consecuencias del más absoluto disparate humano sin saber si, al acabar su turno, su casa, su familia, seguirán en pie. Este año mi humilde homenaje como mujer y como enfermera es especialmente para ellas.
Mª José García Alumbreros, responsable de Soy enfermera
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