Un día cualquiera…
00:30 h. Me voy a la cama, no puedo más. La tarde ha sido agotadora y mañana quiero ir a trabajar un poco antes. María está sola con 18 enfermos y Antonio estaba fatal, seguro que el pobre no pasa de esta noche. Sé que no debería hacerlo porque solo sirve para tapar que no estamos el número de enfermeras suficientes, pero como sé lo mal que se pasa quiero echarle una mano.
06:30 h. Menos mal que no vivo lejos del trabajo, al final anoche no podía conciliar el sueño y me dormí más tarde de la una y media. Me ducho, preparo el cubierto de la niña para el desayuno (con un post-it con un gran beso, y un te quiero, porque esta mañana sé que no la voy a ver), tomo un café rapidito y me voy al hospital. Con suerte estoy allí antes de las 7:30 h y puedo ayudar a María para que se pueda ir a las 8; debe estar molida.
07:20 h. Lo logré. Entro por la planta y esto parece una feria. La mitad de los timbres encendidos y la otra mitad de los acompañantes en las puertas de las habitaciones. ¿Dónde está María? La veo salir de la habitación de Antonio con el semblante triste. No hace falta que me diga nada. Le pregunto ¿por dónde quieres que empiece? Su respuesta, medio derrotada, es la que intuía: “por dónde quieras, he acompañado a Antonio, no podía dejarlo solo, y voy retrasada con las analíticas y la medicación”.
07:20 h. Empiezo a sacar las analíticas y de refilón miro a María, sé que lo está pasando mal, hasta ahora había tenido suerte. Antonio es el primer paciente que “se le ha ido”. El problema es que no tiene ni un minuto para pararse ni yo lo tengo para confortarla.
08:00 h. Nos sentamos unos minutos porque María me tiene que contar cómo ha sido la noche de todos los pacientes, las incidencias y toda la información que necesito para cuidarles durante la mañana. Al final ella se marchará, como todos los días, tarde.
08:20 h. María se ha ido corriendo porque tenía que pasar por Medicina Preventiva. Esta noche, para colmo, como no tenemos gafas de protección, le ha salpicado fluido corporal a los ojos. ¡Qué preocupada está la pobre!
08:30 h., 09:00 h., 09:30 h., 10:00 h., 10:30 h., 11:00 h., 11:30 h.,… voy a la carrera, no me da apenas tiempo a nada. Lo peor es que aunque hago mi trabajo no puedo hacerlo como a mí me gustaría y no puedo ni dedicar tiempo a escuchar a mis pacientes. Aunque me encanta mi profesión no me gusta trabajar así, pero no tengo más remedio. Al menos he conseguido acabar lo urgente antes de que vengan a pasar visita. Ojalá no pase lo de antes de ayer, que la visita se interrumpió y casi ni puedo dejar sacados los tratamientos. Hasta que vengan voy a cambiar vías, que parece que hoy es el día de la “vía fuera”, y a hacer unas curas. Empezaré por Carlos. Así intento aprovechar y calmar a su familia porque están empezando a alzar la voz por la tardanza del médico y soliviantando al resto de familiares con el famoso mantra de “no sé por qué no viene ya, que para eso les pagamos”.
12:30 h. Me acaban de llamar mientras pasamos visita para decirme que suben un ingreso. Está bastante mal pero no pueden esperar porque las Urgencias están que rebosan. No les quedan ni sillas de ruedas ni camillas, es más, se bajan a Carmen, que estaba hoy de correturnos en la planta y que, aunque no conoce la unidad, ha sido de inestimable ayuda.
14:15 h. Otro día más que veo que por mucho que corra no me da tiempo a acabar mis actividades. Otro día más en el que aunque estoy agotada sé que, aunque no esté obligada a ello, me quedaré a acabar lo pendiente para no cargar a mi compañera de la tarde. Voy a llamar ya a mi madre para que vaya a recoger a la niña al cole, yo no llegaré a tiempo. Lo peor es que cuando llegue a casa mi pequeña, enfadada, volverá a decirme que quiero más a mis “personas malitas” que a ella y a mí se me volverá a partir el alma. Intentaré llevarla esta tarde al parque y disfrutar con ella. No sé quién lo necesita más, si ella o yo.
15:45 h. Por fin voy camino de casa. Acabo de darme cuenta del hambre que tengo. No he tomado nada sólido desde antes de las siete de la mañana, menos mal que de pie me pude tomar el café que me preparó Laura a las 12. Como ayer estuve de tarde no pude preparar comida y Rafa, que es el marido más maravilloso del mundo, a la vitro le tiene alergia, así que hoy tocará un sándwich porque a esta hora y con el cansancio que tengo no voy a ponerme a cocinar.
Y como cada día, camino de casa, con sensación de derrota, voy repasando lo que ha ocurrido durante la mañana, lo bien que hubiese ido si hubiese habido una enfermera más. Sé que debo resetear mi cabeza porque de otra manera no desconectaré en todo el día y me centro, de todo lo vivido en la mañana, en “las gracias” con las lágrimas en los ojos que nos ha dado la familia de Antonio porque sé que es lo que mañana me hará volver a empezar.
Tengo ratos en los que lamento no haber sido cualquier otra cosa que no me implicase tanto desgaste emocional, que me permitiese, a mi hora, coger el bolso y decir, tanto física como mentalmente, ¡hasta mañana! Tengo ratos en los que envidio los horarios de 8 a 15 que no abren ni domingos ni festivos. Tengo ratos en los que me mosqueo cuando mis amigas quedan a cenar y yo soy la única que dice que no va porque estoy de noches. Tengo ratos en los que me cuestiono todo porque veo que no se valora a mi profesión ni se nos dan los recursos necesarios para poder cuidar de nuestros pacientes como sabemos y queremos, pero aun así sé que seguiré luchando para hacerlo de la mejor manera posible, porque para mí mi profesión y los pacientes son importantes, porque sé que, aun a pesar de todo, he sido, seré y soy enfermera.
Feliz Día de la Enfermería
Deja una respuesta
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.
Deja una respuesta
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.